No somos nada más que un acopio de cuerpos; posibles, potenciales cadáveres. Inútiles, tristes, derrotados cadáveres. Achuras a la deriva, aspirantes cuartos de buey en espera de nuestro temporal carnicero. Con ansiedad esperamos nuestro verdugo. Lo codiciamos y desdeñamos.
Sentados, esperamos.
Tumbados, esperamos.
Somos almohadas empapadas de sangre, somos amor, miedo y delirio, somos agua pura y agua estancada. Somos vermes y garzas, infundimos miedo y temblamos al vernos, al ver a los demás, temblamos al respirar. Damos asco porque somos incapaces de amar, incapaces de partirnos en trozos por los demás y a esos trozos renunciar.
Somos corderos que van a tientas en la oscuridad, pero no quieren luz. Somos puertas abiertas y ventanas cerradas, somos pánico, dulzura, fantasía, muerte.
Somos colores opacos, un cuadro sin perspectiva, somos el futuro y la anulación de la tierra, del mundo, de la existencia. Somos el Big Bang y el Apocalipsis, somos Dios y vivimos en el infierno. Estamos helados, mas no nos toques que te quemas, te ardes, te aniquilas y transformas en ceniza al contacto.
Somos fin, somos vida, somos pequeños, enormes y repugnantes. Tenemos los ojos tapados y los tobillos atados, somos libres y descalzos y con las hormonas confundidas.
Somos manchas de sangre que nunca se desvanecerán de tu camino; somos poesía, hándicap, terremoto y parálisis.
Estamos a la deriva, damos repugnancia siendo perfectos.
Somos rescate y destrucción.
La perdición.
La nada.
Somos humanos.
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