Sólo es cuestión de voluntad,
he aprendido.
Lo he aprendido
en los largos días de lluvia inglesa,
en el metro hacia el trabajo,
en casa.
He dado de hocicos
una y dos y tres
y mil veces.
He lamido mis heridas
para que se cicatrizaran
y he escupido la sangre
con la esperanza de contagiar
la repugnancia que me rodea,
para que se deshiciese,
se devastase.
Y he hablado,
cuanto he hablado,
a menudo he esputado palabras vacías.
Cuanto dolor,
amargura,
melancolía.
Cuantas veces tú en mis labios,
cuantas veces te he vomitado,
he invadido mis interlocutores
con tu hedor.
Tú, que apestas,
tú que me has lacerado,
desamparado,
que me has
metodicamente
matado adentro.
Cuantas veces,
inerme,
he vuelto a ti.
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