Te escribo en este tren, el mismo que cada día me lleva al trabajo cruzando todo Londres, y siempre con el pensamiento de ti en mi cabecita. Difícil desclavar tu rostro de mis neuronas. Y difícil también dar un nombre a esta cosa que siento adentro, a este brillo que le da tu presencia a mis ojos, a esta alegría que me invade cada vez que estás tú a mi lado.
Pero al mismo tiempo, el miedo está creciendo dentro de mí. Jodido, asqueroso miedo. De no ser querida de la misma manera de la que quiero yo, de sufrir, de volcarme en algo que sólo puede ser un malentendido. Miedo inútil, miedo egoista, como todos los putos miedos. Miedo que, sin embargo, no puedo evitar de sentir cada vez que te miro en los ojos.
Soy una persona valiente, que se arriesga dejando lo cierto para seguir los sueños. No obstante, cuando es mi corazón que habla, cerebro y cuerpo no tienen la fuerza necesaria para aplastar el miedo. Y entonces me quedo envuelta en mi crisálida de paranoias, ententando descifrar señas que igual ni existen. Y en ese intento inmóvil me quedo.
Me gustaría poder hablar con primor, sacar todo lo que siento para poderlo analizar con frialdad y luego exponerlo a ti en la más bonita de las maneras para atraparte, robarte el corazón y quedarme con un trocito de él para siempre. Me gustaría que me quisieras un poquito, lo suficiente para vivir abrazados los días que te quedarás en esta fría ciudad, demostrando al mundo que el tiempo no existe, que todo es eterno si sólo lo crees.
Me gustaría raptar tu alma y destilarla en mi sangre para llevar una parte de ti conmigo, hasta el dia en que tendras la valentía de recogerla luchando contra mi cuerpo, desarmado delante tu dulce sonrisa.
Sunshine
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